Durante 13 años trabajé como subdirector de Organización Lobo, empresa pionera de servicios de organización y control en eventos masivos. Tuvimos la maravillosa oportunidad de contribuir a que los conciertos (vetados por el gobierno durante décadas) se convirtieran en una práctica cotidiana en múltiples foros. Los Lobos estuvimos a cargo de cientos, sino es que, de miles de eventos en el Palacio de los Deportes, Pabellones Feriales, Auditorio Nacional, Auditorio CitiBanamex (antes Fundidora) Estadio Azul, Estadio Azteca, Estadio Morelos, Foro Sol y Teatro Metropólitan. Millones de espectadores pasaron frente a nosotros desde 1987 hasta el año 2000 que emigré a otro sector de la seguridad privada.
Bajo el amparo de este bagaje profesional es que me atrevo a verter una opinión acerca de la batalla campal acontecida en el estadio “La Corregidora”, en dónde el pasado sábado, aficionados del Atlas de Guadalajara y de los Gallos Blancos de Querétaro se enfrentaron con violencia exacerbada derivada de (seguramente) alguna absurda y estúpida provocación por portar la camiseta del equipo rival y ante la ausencia o inacción de los cuerpos de seguridad presentes.
El saldo de este oscuro episodio apenas comienza, por lo pronto, se habla de 26 espectadores heridos (algunos de gravedad y seguramente con secuelas de por vida), el estadio será vetado por el resto de la temporada como mínimo, el equipo Gallos Blancos puede sufrir la desafiliación de la liga, habrá arresto y cárcel para algunos agresores (la autoridad no puede darse el lujo de ser laxa), ya no se permitirá el paso de las porras visitantes a los estadios locales, y estos son solo algunos de los hechos inmediatos. Ya no digamos si alguien muere producto de sus lesiones. La crisis continuará su natural desarrollo, evolucionando y multiplicando las consecuencias y efectos.
En conferencia de prensa, Mikel Arriola, presidente de la Liga de fútbol y Gabriel Solares, presidente del Club Querétaro, anunciaron que el dispositivo de seguridad para este partido constó de alrededor de 350 elementos de seguridad privada y 250 elementos de seguridad pública. ¿Era suficiente seguridad para un juego con estas características? Las terribles imágenes que todos vimos nos demuestran claramente que no, pero la seguridad de eventos masivos con decenas de miles de asistentes no puede solo depender de aquellos a cargo de la protección y salvaguarda de los espectadores, el civismo del público es clave.
Me explico, recuerdo haber contado con 1,000 lobos para la seguridad interior en los conciertos de Rolling Stones (1995) y de U2 (1997) en el Foro Sol con un aforo de 52,000 asistentes por día. ¿Éramos suficientes para brindar la seguridad en un evento de tales dimensiones? La respuesta es un contundente sí, pero solamente mientras que el público pudiera ver y escuchar de manera satisfactoria en tiempo y forma a su banda favorita desde su lugar asignado, contando con la ventaja que todos los presentes eran del mismo “equipo”, no había razón alguna para no comportarse de forma cívica.
Quiero ser bien claro, no hay equipo de seguridad lo suficientemente grande y entrenado para contener a miles y miles de espectadores en caso de una pérdida total de control como la observada en Querétaro.
Ahora, recordemos que en los partidos de fútbol no todos le van al mismo equipo. La labor primordial de la seguridad es evitar que las porras rivales se crucen entre sí, especialmente mientras el partido se juega, e inclusive, al final cuando se retiran a sus casas. Primer error crítico, esto no ocurrió, lo cual quedó de manifiesto en los videos.
Segundo error crítico, hay imágenes que muestran el inicio de la trifulca en las gradas, camisetas azules vs camisetas rojinegras empiezan a enfrentarse a gritos y manazos, sin que nadie intervenga para calmar los ánimos y separarlos, el proceso de violencia escala paralelamente hasta que se desata el infierno. De haber existido una rápida intervención presencial por parte de los equipos de seguridad en esta fase de conato de bronca, el evento no se hubiera desbordado.
Es vital que la liga y los equipos comprendan que el comportamiento de las personas varía cuando se encuentran en grupo, ya que en cierto modo experimentan la sensación de estar en un entorno en el que “todo vale”. Al encontrarse dentro de una masa de gente o de un grupo grande, se produce el fenómeno conocido como “desindividualización”. Es decir, el individuo suele perder su identidad y se incorpora a la identidad del grupo, así como a sus reglas. Y si la identidad y conducta del grupo es violenta, también lo será la del individuo. Una persona que no es agresiva en su entorno del día a día, se puede transformar en un perro rabioso al formar parte de una masa.
¿Y qué sigue? Se preguntarán, no lo sé, es muy pronto para decirlo. De lo que sí estoy seguro es que cada uno de los grupos de interés afectados apuntará con el dedo en dirección opuesta para achacar culpas y responsabilidades y tratará de evitar en la mayoría de lo posible, la apropiada rendición de cuentas. Por el bien de nuestro país, es de vital importancia que no se le dé carpetazo a estar tragedia que le ha dado ya la vuelta al mundo.